Manual Epícteto Epícteto fue un liberto, nacido esclavo que ganó su libertad, que vivió sus días a principios de nuestra era. Es descendiente y bebe directamente de las fuentes estoicas griegas y romanas, Parte de su legado sobrevivió a su época y hoy en día es pieza clave para la comprensión de la Terapia Racional Emotivo-Conductual de Albert Ellis.
Primera parte de dos. |
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Ii. Hay ciertas cosas que dependen de nosotros mismos, como nuestros juicios, nuestras tendencias, nuestros deseos y aversiones y, en una palabra, todas nuestras operaciones. Otras cosas hay también que no dependen de nosotros, como el cuerpo, las riquezas, la reputación y el poder; en una palabra, todo aquello que no es de nuestra operación. ii. Lo que depende de nosotros es libre por su naturaleza y no puede ser impedido ni forzado por ningún hombre; y, al contrario, lo que no depende de nosotros es servil, despreciable y sujeto al ajeno poder. iii. A cuérdate, pues, que si juzgas por libre y tuyo lo que por su naturaleza es servil y sujeto al poder ajeno, hallarás muy grandes inconvenientes, te veras confuso en todos tus designios y expuesto a mil molestias, y, al fin, acusaras a los dioses y a los hombres de tu infortunio. Si, al contrario, creyeras como tuyo solamente lo que de verdad te pertenece, y supieras considerar como externo o extraño lo que en efecto lo es, cierto es que nada será capaz ni bastante para desviarte de lo que te hayas propuesto hacer; que no emprenderás cosa alguna que te pese; que no acusarás a nadie ni murmurarás; que ninguno te ofenderá; que no tendrás enemigos ni padecerás jamás el más mínimo displacer. iv. Si deseas, pues, tan grandes bienes, debes saber que no basta con desearlos tibiamente para obtenerlos, sino que te conviene evitar por completo algunas cosas y privarte de otras por algún tiempo. Porque si, no contento con lo que posees, tienes ambición de conseguir cargos y de amontonar riquezas, acuérdate que perderás absolutamente los medios verdaderos para granjear la libertad y la felicidad. Y también podrá ser que quedes frustrado por lo que pretendes con tanta pasión. v. Cuando se te ofrece algún objeto enojoso, acostúmbrate a decirte a ti mismo que no es lo que parece, sino pura imaginación. Después de que hayas hecho esta reflexión, examina el objeto con las reglas que ya tienes para ello. Considera si es cosa que dependa de ti; porque si no depende, dirás que no te toca.
II i. Advierte que el fin del desear es obtener lo que se desea y el fin de la aversión es huir de lo que se pretende evitar. Y como es desdichado el que se ve frustrado de lo que desea, así es miserable el que cae en lo que más piensa evitar. Por lo cual, si tienes aversión solamente de lo que depende de ti, como las falsas opiniones, asegúrate que no caerás jamás en lo que aborreces. Pero si tienes aversión de lo que no depende de ti, como son las enfermedades, la muerte y la pobreza, no dudes que serás miserable, pues no las puedes evitar, y has de caer infaliblemente en ellas. ii. Si quieres ser dichoso nunca repugnes lo que no depende de ti, transfiere tu odio contra lo que resiste a la naturaleza de las cosas que dependen de tu voluntad. Además de esto, no desees por ahora nada con pasión; porque si deseas cosas que no dependen de ti, es imposible que no te veas frustrado. Y si deseas las que de ti dependen, advierte que no estás bastantemente instruido de lo que es necesario para desearlas honestamente. Por lo cual, si quieres hacer bien, acércate a ellas de manera que puedas retirarte cuando quieras. Pero todo esto se ha de hacer con medida y discreción.
III i. El verdadero medio de no estar sujeto a turbación es considerar las cosas que son de nuestro gusto o amamos como ellas son en sí mismas. Has de comenzar el examen por las que importan menos. Por ejemplo: cuando manejas una olla de barro, piensa que es una olla de tierra la que manejas, y que puede quebrarse fácilmente. Porque, habiendo hecho esta reflexión, si acaso se quebrara, no te causara alteración. Asimismo, si amas a tu hijo o a tu mujer, acuérdate que es mortal lo que amas, y por este medio te librarás del impensado sobresalto cuando la muerte te los arrebate.
IV i. Antes de emprender alguna obra examínala muy bien. Si has resuelto ir a los baños, antes de partir represéntate todos los inconvenientes que se siguen de ir al baño: el echarse agua los unos a los otros, los empujones para tomar mejor lugar, el darse vayas y el perder los vestidos. No dudes que ejecutarás muy seguramente lo que emprendes si dices en ti mismo: “Quiero ir al baño, pero también quiero observar el modo de vivir que me he propuesto.” Sigue esta máxima en todo lo que emprendas; porque por este medio, si te sucede algún inconveniente o alguna desgracia bañándote, te hallarás todo resuelto, y dirás: “No he venido aquí solamente para bañarme, sino también he venido con la resolución de no hacer nada contra mi modo de vivir, el cual yo no preservaría si sufriese con algún pesar o displacer las insolencias que aquí se cometen.”
V i. No son las cosas las que atormentan a los hombres, sino las opiniones que se tienen de ellas. Por ejemplo: la muerte (bien considerada) no es un mal; porque si lo fuera se lo habría parecido a Sócrates como a los demás hombres. No, no; la opinión falsa que se tiene de la muerte la hace horrible. Por lo cual, cuando nos hallamos turbados o impedidos, debemos echar la culpa a nosotros mismos y a nuestras opiniones. ii. Propio de ignorantes es el culpar a otros de las propias miserias. Aquel que a sí mismo se culpa de su infortunio comienza a entrar en el camino de la sabiduría; pero el que ni se acusa a sí ni a los demás, es perfectamente sabio.
VI i. No te alabes jamás de ajenas excelencias. Si un caballo pudiese decir que es hermoso, en su boca seria tolerable. Pero cuando te alabas de tener un hermoso caballo, ¿sabes lo que haces? Te alabas de lo que no te pertenece. ¿Qué es, pues, lo que es tuyo? El uso de lo que esta a tu vista. Por esta razón, si miras las cosas conforme a su naturaleza y juzgas de ellas como debes, entonces te es permitido gloriarte de ellas, porque te alegras con un bien que posees efectivamente.
VII i. Si te hallases embarcado y el bajel viniese a tierra, te sería permitido desembarcar para buscar agua; y asimismo nadie te impediría coger las conchuelas que hallares en tu camino. Pero te convendría tener la vista siempre en el bajel, atendiendo a cuando el piloto te llamase, y entonces sería menester dejarlo todo de miedo que no te hiciese embarcar atado de pies y manos como una bestia. Lo mismo sucede en la vida. Si Dios te da mujer e hijos, permitido te es amarlos y gozar de ellos. Pero si Dios te llama, conviene dejarlos sin más pensar, y correr ligeramente a la nave. Y si ya eres viejo, guárdate de alejarte y no estar prevenido cuando seas llamado.
VIII i. Nunca pidas que las cosas se hagan como quieres; mas procura quererlas como ellas se hacen. Por este medio todo te sucederá como lo deseas y serás feliz.
IX i. La enfermedad es un impedimento del cuerpo, no de la voluntad. Por ejemplo: el ser cojo impide a los pies andar, mas no embaraza la voluntad de hacer lo que ella quiere, si emprende tan sólo lo que puede efectuar. De esta misma manera puedes considerar todas las cosas que suceden y conocerás que a ti no te embarazan, aunque impidan a los demás.
X i. En todo lo que te sucediere, considera en ti mismo el medio que tienes de defenderte. Por ejemplo: si ves una hermosa mujer, advierte que tienes la templanza, que es un poderoso medio para oponer a la hermosura. Si estas obligado a emprender algún trabajo penoso, recurre a la paciencia. Si te han hecho alguna injuria, ármate de la constancia. Y si te acostumbras a obrar de esta manera siempre, nunca los objetos tendrán poder sobre ti.
XI i. Nunca digas que has perdido alguna cosa, sino siempre di que la has restituido. Cuando tu hijo o tu mujer murieren, no digas que has perdido tu hijo o tu mujer, sino que los has restituido a quien te los había dado. Pero cuando se nos haya quitado alguna heredad, ¿habremos de decir también que la hemos restituido? Puede ser que pienses que no, porque el que te ha despojado de ella es un hombre malvado, como si a ti te tocara, por cuya mano vuelve tu posesión a quien te la dio. Por lo cual conviene que mientras la tienes a tu disposición la tengas por extraña, no haciendo más caso de ella que el caminante hace de las posadas en que se aloja.
XII i. Si quieres adelantar en el estudio de la virtud, aparta del entendimiento estos pensamientos: “Si no tengo cuidado de mis negocios, no tendré con que subsistir; si no castigo a mi esclavo, saldrá malo.” Advierte que vale más morir de hambre y conservar la grandeza del ánimo y la tranquilidad del espíritu hasta los postreros suspiros, que vivir en la abundancia con un alma llena de inquietud y de tormento. Advierte, te digo, que vale más sufrir que tu esclavo salga malo que hacerte tu mismo desdichado. ii. Verdaderamente es dueño de todas las cosas el que tiene poder de retener las que quiere y de desechar las que le disgustan. Cualquiera, pues, que tenga deseo de ser libre de esta suerte, conviene que se acostumbre a no tener deseo ni aversión alguna de todo lo que depende del poder ajeno. Porque, si obra de otra manera, caerá infaliblemente en la servidumbre.
XV i. Acuérdate que debes comportarte en la vida como en un banquete. Si se pone algún plato delante de ti, puedes meter la mano y tomar honestamente tu parte; si sólo pasa por delante de ti, guárdate bien de detenerlo o de meter la mano en él temerariamente: antes, espera apacible a que vuelva a ti. Lo mismo debes hacer para con tu mujer, tus hijos, las dignidades, las riquezas y todas las otras cosas de este genero. Porque por este medio te harás merecedor de comer a la mesa de los dioses. Empero, si eres tan generoso que rehúsas también lo que te presentan, no solamente serás digno de comer a la mesa de los dioses, sino que merecerás tener parte en su poder. Diógenes y Heráclito fueron reputados por hombres divinos, como lo eran en efecto, por haber obrado de esta manera.
XVI i. Cuando veas suspirar a alguno porque su hijo partió de su casa, o por haber perdido lo que poseía, no te dejes vencer de este objeto ni te imagines que aquel sea efectivamente desdichado por la pérdida de estas cosas extrañas. Haz de ti mismo esta distinción y di luego: “No es este accidente el que aflige a este hombre, puesto que nos toca a otros muchos; lo que le atormenta es la opinión que ha concebido.” Consecuentemente, haz todo lo posible desengañarle y sanarle de esta mala opinión. Y asimismo fingirás estar triste y compadecerte de su aflicción si lo juzgas a propósito. Mas guárdate, sobre todo, que, fingiéndolo, no te entristezcas efectivamente en tu corazón.
XVII i. Acuérdate que conviene que representes la parte que te ha querido dar el autor de la comedia. Si es corto tu papel, represéntale corto; y si largo, represéntale largo. Si te manda hacer el papel de pobre, hazle naturalmente lo mejor que pudieres. Y si te da el de príncipe, el de cojo o el de un oficial mecánico, a ti te toca el representarlo y al autor el de escogértele.
XVIII i. Si por acaso algún cuervo vuelve a graznar, no te cause alteración. Haz luego en ti mismo esta reflexión: “No grazna por mí este cuervo; puede ser que sea por mi cuerpo o por el poco bien que poseo, o por mi reputación, o por mi hijos y mi mujer; en cuanto a mí, no hay nada que no me sea presagio de dicha, porque a mí sólo me toca sacar provecho y utilidad de cuanto sucediere.”
XIX i. Puedes ser invencible si nunca emprendes combate de cuyo suceso no estés seguro y sólo cuando sepas que está en tu mano la victoria. ii. Cuando veas a alguien promovido a dignidades, o favorecido, o acreditado, no te dejes llevar de la apariencia ni digas que es dichoso. Pues la verdadera tranquilidad de espíritu consiste en no desear sino lo que depende de nosotros mismos; no ha de causarnos celos ni envidia el lustre de las grandezas. No has de tener ambición de ser senador, cónsul ni emperador; conviene que cuides solamente de ser libre; en esto se han de terminar todas tus pretensiones. Un solo medio hay para alcanzarlo, que es menospreciar todo lo que no depende de nosotros.
XX i. Acuérdate que no te ofende el que te injuria ni el que te golpea, sino la opinión que has concebido. Cuando alguno, pues, sea causa de que hayas encolerizado sabe que no es él, sino tu opinión, la que te irrita; por lo cual, conviene estar atento a no dejarte llevar de tu pasión, porque cuanto más presto lo hicieres tanto más fácilmente la domaras.
XXI i. Ten cada día delante de los ojos la muerte, el destierro y las otras demás cosas que la mayor parte de los hombres ponen en el número de males. Pero cuida particularmente de la muerte, porque por este medio no tendrás ningún pensamiento bajo ni servil, ni desearas nunca nada con pasión.
XXII i. Si tienes designio de perfeccionarte en el estudio de la filosofía, prepárate a sufrir las burlas y las befas de todo el mundo. Te dirán; “¿Cómo te has hecho filosofo de golpe? ¿De dónde te viene este severo semblante?” Búrlate de todo como no sea verdad lo que te dicen ni tengas la gravedad de que te reprendan. Compórtate solamente con los que te parecieren mejor, de manera que nada sea bastante para moverte, y queda en esto tan firme como si Dios te lo hubiese ordenado. Si persistes en la misma resolución y quedas constante en el mismo estado, serás objeto de admiración por los que antes se burlaban de ti. Si al contrario, decaes y mudas una vez de resolución, todo lo que has hecho servirá solamente para dar causa a que se redoblen las burlas y los escarnios contra ti.
XXIII i. No te complazcas en lo exterior. Conténtate con ser un filósofo en todo. Si, además, quieres parecerlo, parécetelo a ti mismo, y que eso te baste.
XXIV i. No te embaraces el entendimiento con pensar que no se hará caso de ti, que no recibirás honra alguna. Si el no recibir honra fuese un mal se seguiría que estaría en poder ajeno el hacernos desdichados, lo cual no puede ser, porque como no podemos caer en el vicio por acción ajena, así no podemos caer en el mal por ajena acción. ¿Depende de ti el tener la soberana autoridad, el ser convidado a los festines y, finalmente, poseer todos los demás bienes extraños? No depende de ninguna manera. ¿Cómo puedes decir que vivirás en ignominia si no gozas de tales cosas? ¿Cómo puedes quejarte que no serás estimado? Puesto que debes encerrar todos tus deseos y todas tus pretensiones en ti mismo y en lo que depende de ti, donde te es permitido el estimarte cuanto quisieras. ii. Puede ser, me dirás, que si vivo así no llegare nunca al estado de servir a mis amigos. ¡Oh, cuan engañado estas! ¿Cómo piensas que se te ha de entender esta proposición? ¿Conviene asistir a los amigos? No quiere decir que se les haya de dar dinero ni hacerlos ciudadanos de Roma, puesto que esto no esta en nuestro poder y que es imposible el dar a otro lo que no se tiene. iii. Ya preveo que me responderás que se ha de hacer todo lo posible para alcanzar haciendas y crédito a fin de socorrer a los amigos en las necesidades, pero si puedes mostrarme un camino por donde se pueda adquirir esto conservando la honestidad, la fe y la generosidad, te prometo emplear toda clase de medios para alcanzarlo. Si me pides que yo pierda mis bienes por adquirirte otros que no son verdaderos bienes, considera que es injusto y contra razón. Juzga si no debes hacer más caso de un amigo honesto y fiel que del dinero. Haz, pues, lo que puedas para conservarme estas calidades, y nunca me obligues a hacer cosa que sea capaz de hacérmelas perder. iv. Me replicarás que por este medio no harás ningún servicio a tu patria. Pero ¿qué entiendes por estas palabras? Verdad es que no la adornarás con pórticos o baños públicos. No son los herreros los que abastecen la villa de zapatos, ni los zapateros los que le dan las armas; basta que cada uno haga su oficio. ¿Piensas ser inútil a tu patria cuando le das un ciudadano que es hombre honrado y virtuoso? Pues advierte que no sabrías hacerle mayor servicio. v. Deja de hoy en adelante estos discursos. No digas que no tendrás dignidad alguna en tu ciudad. Poco importa en qué Estado te halles como no olvides la honra y la fidelidad. ¿Piensas hacerte útil a tu patria si te apartas de la virtud? Imagina qué provecho sacara de ti cuando te hayas hecho pérfido e imprudente.
XXV i. No te ofendas de que sienten a la mesa a otro en mejor lugar que tú, ni de que le saluden primero o se tome su consejo y no el tuyo, porque si estas cosas son buenas, te has de holgar de que le hayan sucedido y si malas, no te debe pesar porque no te sucedan. Además, acuérdate que puesto que haces profesión de no hacer nada para obtener las cosas exteriores, que no es maravilla si no las alcanzas y que prefieran a otros que han hecho todos sus esfuerzos para adquirirlas. ii. En efecto, no es justo que el que no se mueve de su casa tenga tanto crédito como aquel que hace visitas todos los días y está perpetuamente a la puerta de los grandes. No es razón, digo otra vez, que sea tan estimado el que no puede resolverse a alabar a nadie, como el que da excesivas alabanzas por las mínimas acciones. Sería en verdad injusto e insaciable, todo junto, querer tener de balde estos bienes y sin comprarlos al precio que ellos cuestan. iii. Supón, por ejemplo, que se venden lechugas y que valen un dinero; si alguno paga el precio, se las dan, pero si tú no quisieres pagar nada, no las tendrás. ¿Serías por eso de peor calidad que el otro? No, de ninguna manera; porque si aquel tiene lechugas, tú tienes dinero. iv. Lo mismo es en las cosas de que hablamos. Si no eres convidado al banquete, es porque no has pagado el escote. El que lo da, lo vende por alabanzas, por servicios y por sumisiones. Si tienes gana de ser admitido, resuélvete a comprarlo por el precio que cuesta. Porque pretender estas cosas sin hacer lo que es necesario para alcanzarlas, es ser insaciable y haber perdido el sentido. v. ¿Crees también que si pierdes esta cena no tienes nada en recompensa? ¡Oh!, tienes algo mucho más excelente; no has alabado al que no querías alabar; no has sufrido la insolencia del soberbio modo con que trata a los que vienen a su mesa. Esta es la ganancia que has hecho.
XXVI i. Por la opinión que tenemos de las cosas que nos tocan podemos conocer lo que desea la naturaleza. Cuando el criado de tu vecino rompe un vidrio decimos luego que aquello sucede ordinariamente. Conviene comportarse de la misma manera cuando te rompa el tuyo, y quedar tan mesurado como cuando se rompió el de tu vecino. Aplica esto también a las cosas mayores. Cuando el hijo o la mujer del vecino se mueren, no hay quien no diga que eso es natural; pero cuando nos sucede tal accidente nos desesperamos y gritamos diciendo: “!Ah! ¡Cuán desdichado soy! ¡Ah! ¡Cuán miserable!” Pero deberás acordarte en este suceso lo que sientes cuando a otro le acontece la misma cosa.
XXVII i. La naturaleza del mal está en el mundo como un blanco puesto para adiestrarnos y no para hacernos errar.
XXVIII i. Si alguno entregase su cuerpo al primero que encontrase para hacer de él lo que quisiese, seguro estoy de que no lo tendrías por bueno y que te enojarías. Y, no obstante, no tienes vergüenza de exponer tu alma al capricho de todo el mundo; porque luego que te dicen alguna injuria te turbas y dejas llevar del sentimiento de la cólera.
XXIX i. No emprendas, pues, nada sin considerar antes lo que ha de seguirse a tu empresa, y si obras de otra manera podrá ser que tu designio te salga bien al principio y tengas placer; pero ten por seguro que después te avergonzarás y que te arrepentirás pronto o tarde. ii. Sin duda te holgarías de ganar la victoria en los Juegos Olímpicos. Asegúrate que yo tendría tanta gana como tú, porque no te puedo negar que es bella cosa. Mas si tienes este designio has de considerar lo que precede y lo que se sigue a tal empresa. Hecha esta reflexión, observarás lo siguiente: acostúmbrate a guardar buen orden; a no comer sino por necesidad, a abstenerte de toda suerte de viandas apetitosas; a no beber jamás frío, sin que nada sea capaz de estorbártelo; finalmente, te has de sujetar al maestro de armas como a un médico; después entrarás en la tela o en el palenque. Pero te conviene resolverte a cuanto te pudiere suceder; tal vez a herirte las manos y los pies, y tal vez a ser azotado, y después de todos estos trabajos estás también en riesgo de ser vencido. iii. Pero si nada de esto te hacer mudar de propósito y quedas en tu primera resolución, entonces podrás emprender el combate de la lucha. Porque si haces de otra suerte te sucederá como a los niños que imitan a los gladiadores, los luchadores, los flauteros, los trompetas, y que asimismo representan tragedias haciendo toda suerte de oficios, sin ser capaces de ninguno. Imitarás, como mona, todo lo que vieres hacer a otros, y dejarás ligeramente una cosa para comenzar otra. ¿Quieres saber la causa? Es que emprendes sin premeditación, que te dejas llevar temerariamente y que sólo sigues tu primer movimiento y tu capricho. iv. Haces como los que tienen gana de ser filósofos, cuando oyen decir a alguno: “Oh qué bien ha hablado Éufrates! ¡Quién pudiera hacer un razonamiento tan alto y de tanta fuerza como él!” v. ¡Oh, hombre, quienquiera que seas! Si quieres salir con tus designios, considera primeramente lo que deseas hacer, y mira si lo que emprendes es conforme a tu naturaleza, y si ella podrá resistir. Si tienes gana de ser luchador, advierte si tus brazos son harto fuertes, si tus muslos y tus lomos son propios para ello, porque los unos nacieron para una cosa y los otros para otra. vi Cuando hayas comprendido la filosofía, si pensases beber y comer, y hacer el melindroso como antes, te engañarás mucho. Es menester resolverse a trabajar, a dejar los amigos, a ser tal vez despreciado de un criado y a ver a otros más honrados y acreditados que tú para con los grandes, los magistrados y los jueces en cualquier negocio que pueda ofrecerse. vii. Medita, pues, sobre todas estas dificultades, y considera si no prefieres poseer la tranquilidad del espíritu, la libertad y la constancia. Porque si no haces esta reflexión, advierte que, al ejemplo de los niños de que te he hablado, no seas ahora filósofo, poco después bandolero, luego orador, y, últimamente, procurador del César. Créeme: nada de esto conviene lo uno con lo otro. Considera que sólo eres un hombre y que es necesario que seas eternamente bueno o constantemente malo, que te apliques solamente a perfeccionar el espíritu y la razón o que te dediques a las cosas exteriores y que te pierdas absolutamente, porque es imposible hacer lo uno y lo otro juntamente. Es decir, que es necesario tengas el estado de filósofo o de hombre de común calidad de los del menudo pueblo.
Continuar con el Manual, segunda y última parte.
(c) Psicantropía, 2005-2015 |
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