La mente cambia al hombre... y viceversa

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Manual (y II)

Epícteto

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Psicología

Sexología

XXX

i. Todos los deberes a que somos obligados se han de medir con la calidad de las personas a quienes se deben. Si es un padre, tu oficio te obliga a cuidar de él y a cederle en todo. Si te injuria o te golpea, le has de sufrir con paciencia. Podrá ser que me digas: “Mi padre es un malvado.” No es buena excusa. Cuando la naturaleza te dio padre no se obligo a dártelo bueno. Así, cuando tu hermano te hace algún agravio, no repares en lo que él te hace, sino considera a lo que te obliga la hermandad y cómo te debes gobernar con él para no hacer nada que no sea conforme a naturaleza. En efecto, persona ninguna te puede ofender si tú no quieres, y si te hace injuria es solamente cuando tú crees que se te hace; juzga lo mismo de todo lo restante. Aprenderás lo que debes al vecino, al ciudadano y al general del ejército, si te acostumbras a considerar lo que son.

 

XXXI

i. Sabe que el punto principal de la religión consiste en tener buen concepto de los dioses, como creer que en efecto son y que gobiernan el mundo con bondad y justicia. Que es menester obedecerlos; que nos debemos contentar con todo lo que hacen y seguir inviolablemente sus órdenes, como nacidas de una inteligencia muy excelente y muy perfecta, porque de esta manera no los acusarás nunca ni te quejarás de que te hayan desamparado.

ii. Pero esto no se puede hacer si menosprecias todo aquello que no depende de ti, y si no comprendes todo el bien y todo el mal en lo que depende de ti absolutamente. Porque si piensas que el bien o el mal sea alguna otra cosa, te equivocaras muchísimas veces en lo que deseas, caerás en aquello de lo que huyes y culparás y aborrecerás a los que fueron causa de tus desdichas.

iii. En efecto, como es natural a todos los animales el huir de lo que les puede dañar, y tener aversión a todos los que pueden hacerles mal, también tienen la misma inclinación a abrazar lo que les es útil y acariciar a todos los que les pueden hacer bien. De suerte que es imposible que una persona que cree haber recibido daño se alegre con el que se le ha hecho, ni que el desagrado que ha recibido le de gusto.

iv.  Por esto algunas veces injuria el hijo al padre, porque no le da lo que se tiene por bien entre los hombres. Esto mismo causo la guerra entre Eteoles y Polínice, porque se habían imaginado que el imperio era un bien. De aquí procede también que el labrador, el piloto, el mercader y los que pierden sus mujeres y sus hijos blasfeman contra los dioses. Ordinariamente se encuentra la piedad donde se halla la utilidad, y por esta razón el que cuida de no desear ni huir de cosa que no sea digna de huirse ni de desearse estudia al mismo tiempo ser hombre de bien y pío.

v. Es menester que cada uno haga sus ofrendas y sacrificios según la costumbre del país donde mora, con mucha modestia, sin ser avaro ni pródigo, poniendo en esto toda la pureza y toda la diligencia que se requiere.

 

XXXII

i. Cuando vas a consultar al adivino, sin duda ignoras lo que ha de suceder, porque para eso le consultas; pero para saber si lo que ha de suceder será bueno o malo no necesitas de adivino; que ya lo sabes si eres filosofo. Porque si es alguna cosa que no depende de ti, como necesariamente lo es, puesto que ignoras el suceso, puedes seguramente decir que no es buena ni mala.

ii. Cuando vayas al adivino no lleves deseo ni aversión, porque de otra suerte te acercaras a él siempre temblando. Ten por máxima que todo acontecimiento es indiferente y que no podrá impedirte ni estorbarte lo que te has propuesto hacer, y que, comoquiera que sea, está siempre en tu poder el usar bien de él. Acércate, pues, a los dioses con espíritu firme y seguro, y considéralos como los que te pueden dar muy buenos consejos. Cuando te hayan dado alguna repuesta, síguela exactamente. Considera quiénes son los que has consultado y que no podrías desobedecerlos sin menospreciar su potencia y sin incurrir en su indignación.

iii. Las cosas de que se ha de consultar al oráculo son aquellas, como decía Sócrates, cuya consideración se refiere propiamente a la suerte y que no pueden ser previstas por la razón ni por ningún arte; de manera que, cuando toca a la defensa de tu patria o de tu amigo, no es menester ir al adivino para eso, porque si te dice que las entrañas de la víctima dan presagio de mal suceso, es señal infalible que morirás estropeado o desterrado, lo cual podría ser que te estorbase el designio que tu tenías. No obstante, la razón pide que socorras, con peligro de tu misma vida, a tu amigo y a tu patria. Sea pues, tu recurso el mayor oráculo. Vete al oráculo Pitio, que echó de su templo a un hombre porque en tiempo pasado no había socorrido a uno de sus amigos a quien mataban.

 

XXXIII

i. Conviene que te prescribas una cierta manera de vivir o una ley que observes inviolablemente en cualquier parte que puedas estar, sea conversando entre los hombres o retirado en tu vida privada.

ii. Guarda el silencio cuando te fuere posible. Nunca digas sino lo que absolutamente es necesario, y en ello emplea las menos palabras que pudieres. Cuando se ofrezca la ocasión de hablar, no te pongas a discurrir de los gladiadores, ni de los juegos del circo, ni de los luchadores, ni del comer y beber, ni de todas las demás impertinencias con que la mayor parte del mundo se entretiene. Mas, sobre todo, advierte que en tus discursos no uses de alabanzas ni desprecios, ni hagas comparación de personas.

iii. Cuando estuvieres entre tus amigos, si la conversación fuere poco honesta, haz cuanto pudieres para hacerlos mudar de discurso; mas, si estás entre extraños, no hables palabra.

iv. No rías mucho, ni a menudo, ni a carcajadas.

v. Si puede ser, nunca jures, y si te excitan a que jures, haz primero todo lo posible para excusarlo.

vi. Evita las fiestas populares, y si tuvieras que acudir a ellas, reflexiona y cuida de tus acciones para que no caigas insensiblemente en la manera de obrar del pueblo; porque es menester que sepas que es imposible que dejes de ensuciarte, por más limpio que estés, si te restriegas con tu compañero que está sucio.

vii. De todo lo que sirve al cuerpo como el comer, el beber, los vestidos, las casas y los criados, no tengas más que lo que pide la necesidad y cuanto ha menester el espíritu para estar sano, y desecha todo lo que sirve al lujo y a los deleites.

viii. Abstente cuanto te fuere posible del placer de las mujeres hasta que seas casado, y cuando lo seas usa del matrimonio legítimamente y como manda la ley. Mas cuando lo hagas así, no pienses gloriarte de ello y reprender a los que viven de otra manera.

ix. Si te vienen a decir que alguien ha hablado mal de ti, no te embaraces en negar lo que ha dicho; responde solamente que no sabe todos tus otros vicios, y que de conocerlos hubiera hablado mucho más.

x. No es necesario frecuentar los teatros; mas cuando hubiere ocasión de ir a ellos, compórtate de modo que parezca que tienes intento de agradarte a ti solo, es decir, que las cosas se hagan de la manera que se hacen y que sea vencedor el que en efecto lo es, porque por este medio todo te sucederá bien y no te alterarás de suceso alguno. Sobre todo te abstendrás de los clamores, de los alaridos y de las emociones del pueblo. Cuando te hayas retirado no te entretendrás en discurrir lo que ha pasado. Esto no sirve de nada, ni contribuye de ninguna manera a tu enmienda. Si haces de otra suerte, darás a conocer que has admirado el espectáculo y que has participado de las mismas pasiones que el pueblo.

xi. No vayas a las lecturas de los poetas y de los oradores, y cuando fueses convidado a asistir a ellas, haz todo lo posible para excusarte. Mas cuando te hallares en ellas, conserva siempre una honesta gravedad y procura que haya firmeza y confianza en tus acciones, y sobre todo guárdate de ser importuno y de enojar a nadie.

xii. Cuando tengas que hacer con alguna persona de calidad considera, antes de emprenderlo, lo que hicieran Sócrates y Zenón en ocasión semejante. Si obras así, seguro estarás de no haber hecho cosa que no sea conforme a razón.

xiii. Cuando vayas a hablar a algún grande, imagina que no le hallarás en casa, o que estará encerrado, o que las puertas no estarán abiertas para ti, o que te menospreciará. Si, no obstante todo esto, te importa ir, conviene que sufras con paciencia todo lo que podrá suceder; que no murmures contigo mismo, ni al fin digas: “Este hombre la echa de muy gran señor.” Tal discurso pertenece al pueblo y a las personas que se preocupan con las cosas exteriores.

xiv. Cuando te hallares en compañía, no te extiendas demasiado en contar tus hazañas ni los peligros que has pasado. No has de creer que los demás tengan tanto placer de escucharte como tú tienes gusto de discurrir.

xv. No pretendas jamás hacer reír, porque además de ser el verdadero medio de caer en el modo de obrar del vulgo, te disminuye el respeto y la estimación que se te debe.

xvi. Es muy peligroso conversar de cosas deshonestas, por lo cual, cuando te hallares presente, debes, si encuentras ocasión o lo juzgas a propósito, reprender al que te hubiere comenzado el discurso, o por lo menos mostrar, por tu silencio y por el color vergonzoso de tu rostro, que te desagrada la conversación.

 

XXXIV

i. Si concibes la idea de algún placer, conviene conservar en este caso la misma moderación que en todas las otras cosas. Mira, desde luego, que no te dejes arrebatar de esta idea y examínala en ti mismo y toma tiempo de hacer reflexión sobre ella. Considera después la diferencia que hay del tiempo en que gozarás de este placer y de aquel que, después de haberle gozado, te arrepentirás y te aborrecerás a ti mismo. Represéntate también la satisfacción y el gusto que tendrás si te abstienes. Pero cuando puedas gozar legítimamente de esta clase de placeres, no te dejes llevar enteramente ni te dejes vencer de las caricias, las dulzuras, los halagos y los hechizos que ordinariamente acompañan al deleite. Juzga que el gozo interior que recibirás en haber alcanzado la victoria es lo más excelente de todo.

 

XXXV

i. Cuando hayas resuelto hacer alguna cosa, no temas que te miren, aun cuando el pueblo lo tome a mala parte; porque si lo que haces es bueno, nada debes temer, que sería injusto reprenderte. Pero si, al contrario, es malo, no solamente has de evitar ser visto, sino que estas obligado a desistir de la empresa.

 

XXXVI

i. Como estas afirmaciones: “Es de día, es de noche”, son muy verdaderas si las separas por la partícula disyuntiva o son absolutamente falsas si las atas con la partícula conjuntiva, así, cuando estas en un festín y tomas lo mejor que se sirve a la mesa, si miras a tu cuerpo en particular, haces una cosa muy excelente para tu cuerpo, pero si consideras la comunidad y la igualdad que se debe guardar entre los convidados, haces una acción muy deshonesta. Por lo cual, cuando alguien te convida a comer, no solamente has de mirar a tu apetito y a lo que más te agrada, sino que estás también obligado a conservar la honra y el respeto debido a quien te convidó.

 

XXXVII

i. Si aceptas un cargo para el cual no bastan tus fuerzas, además de que darás mala cuenta de él, te estorba a emplearte en otro de que salieras perfectamente bien.

 

XXXVIII

i. Cuando te paseas reparas en no caminar sobre los clavos que se encuentran en tu camino. Así, en la vida has de tener cuidado que la parte superior de tu alma no sea ofendida por algunas pasiones brutales o por algunas falsas opiniones; porque saldrás más fácilmente con tus designios si observas estas máximas en todas las cosas que emprendas.

 

XXXIX

i. Las necesidades del cuerpo deben ser la medida de lo que cada uno debe tener, como el pie es la medida del zapato; guarda bien esta regla. Nunca te apartarás de la medianía ni de los límites que ella te prescribe. Si la desdeñas caerás infaliblemente en el precipicio, porque cuando la curiosidad te ha hecho tener zapatos al uso, y que exceden a la medida de tus pies, entonces los quieres dorados, los quieres de púrpura, los quieres bordados y de una obra preciosa y magnifica. Así sucede con las riquezas. Cuando traspasas la medianía no hay más límite para ti y te vas insensiblemente a toda suerte de lujo y de exceso.

 

XL

i. Cuando las doncellas han llegado a la edad de catorce años, los hombres comienzan a llamarlas sus damas, lo cual las hace conocer que la naturaleza las puso en el mundo para ellos y que deben procurar agradarles. Ellas se tocan y adornan lo mejor que les es posible y ponen todas sus esperanzas en sus ornamentos, por lo cual conviene hacerlas comprender que no las hacen reverencia y cortesía sino porque son modestas, prudentes y virtuosas.

 

XLI

i. El aplicarse demasiado a las cosas corporales es señal de un alma baja, como el ser continuo en los ejercicios de comer y beber mucho, el darse demasiado a las mujeres y gastar más tiempo del que es menester en las demás funciones del cuerpo. Todo esto se ha de hacer de prisa y como de paso. Al espíritu se han de dar todos nuestros cuidados.

 

XLII

i. Cuando alguno te hace mal o habla mal de ti, acuérdate que cree deberlo hacer así. ¿Piensas tú que pueda dejar su opinión para seguir la tuya? Si no juzga sanamente las cosas y se engaña, ya sufre la pena y padece todo el daño. Cuando alguno juzga que una cosa verdadera es falsa porque es oscura y envuelta en tinieblas, por eso no ofende la verdad. El que así juzga se hace agravio a si mismo. Si sigues esta máxima cuando alguien te diga injurias, las sufrirás con paciencia porque dirás para ti: “Este hombre piensa que lo que hace esta bien hecho.”

 

XLIII

i. Cada cosa tiene dos caras, de las cuales una es soportable y la otra insoportable. Por ejemplo: cuando tu hermano te injuria no lo mires como que te injuria, porque lo que hace, al tomarlo así, es insoportable. Considéralo más bien como tu hermano y que os habéis criado juntos. De esta manera lo tomaras de modo que puedas hacer su acción soportable.

 

XLIV

i. Estas clases de proposiciones no convienen unas a otras: “Soy más rico que tú, luego soy mejor; soy más elocuente que tú, luego soy más hombre de bien.” Pero estos son buenos argumentos: “Soy más rico que tú, luego mis riquezas valen más que las tuyas; soy más elocuente que tú, luego mi modo de hablar es más excelente que el tuyo.” De manera que como no has de anhelar por la elocuencia ni por las riquezas, esto de debe dar muy poco cuidado.

 

XLV

i. Cuando ves alguno en el baño que se lava pronto no digas que se lava mal, sino que se lava muy pronto. De la misma manera, si alguno bebe mucho, no digas que bebe mal por beber así, di simplemente que bebe mucho. En efecto, ¿de dónde aprendiste que hizo mal para formar tal juicio? Si así te retienes en tus opiniones, penetraras en los pensamientos ajenos y los tuyos serán conformes a los de los otros.

 

XLVI

i. En cualquier parte que estés no digas nunca que eres filósofo ni te pongas a hablar delante de ignorantes de las máximas que sigues; haz solamente lo que ellas te ordenan. Cuando se está en un banquete no es ocasión de hablar de comer con crianza, se debe comer con crianza sin decirlo. Sócrates no reparaba en la ostentación. Jamás hubo persona que sufriese de otros con tanta constancia. Cuando algunos, por menosprecio que hacían de él y de su doctrina, le venían a rogar que los condujese a casa de los otros filósofos y emplease para ello su recomendación, en lugar de disuadirlos los conducía con muchísima cortesía. Muy poco se le daba que prefiriesen la doctrina de otros a la suya.

ii. Si sucede, pues, que se habla de algún axioma de filosofía delante de ignorantes, guarda silencio cuanto te fuere posible, porque hay gran peligro de que vomites lo que aún no has digerido. Si alguno te dice que eres ignorante y no te alteras por ello, sabe que has hecho ya parte de lo que tus preceptos te ordenan. Las ovejas no vuelven a dar el heno ni la hierba que han comido, pero en recompensa engordan y dan leche y lana a sus dueños. Así tú no te has de ocupar en conversar con los ignorantes de tus preceptos, porque es señal de que no los has digerido. Debes instruirlos con tus acciones.

 

XLVII

i. Si has aprendido a satisfacer tu cuerpo con poco, no te vanaglories contigo mismo. Si te has acostumbrado a beber agua solamente, no pienses andar alabándote por ello. Y si alguna vez quieres ejercitarte en tu trabajo, ejercítate privadamente y no desees ser visto por los demás a ejemplo de los que, siendo perseguidos por personas de autoridad, corren a abrazar las estatuas para juntar al pueblo y en este estado gritan que les hacen violencia. Cualquiera que así busca la gloria, la busca por fuera y pierde el fruto de la paciencia y de la frugalidad, porque establece el fin de estas excelentes virtudes en la opinión de la multitud. Cierto que toda afectación en esto es vana e inútil. Si quieres acostumbrarte a la paciencia toma agua fría en tu boca cuando tienes gran sed, arrójala luego sin tragar una sola gota y no digas nada a nadie.

 

XLVIII

i. El no esperar nunca de uno mismo ni bien ni mal, sino siempre de cosa extraña, es señal de hombre vulgar e ignorante; como, al contrario, es señal de filosofo esperar de sí mismo todo su mal y su bien.

ii. Las señales por donde se conoce que un hombre progresa en el estudio de la virtud son: no reprender, no alabar, no menospreciar ni acusar a nadie, no alabarse nunca de lo que él mismo es ni de lo que sabe, acusarse cuando se le impide o prohíbe hacer alguna cosa, burlarse a sus solas de los que le alaban y no enojarse cuando lo reprenden; sino hacer como los que están convalecientes, que andan muy paso a paso por no mover los humores. Tener absoluto poder sobre sus deseos, no tener aversión sino de lo que repugna a la naturaleza de las cosas que dependen de él; no desear nada con pasión; no dársele nada de ser tenido por sabio o por ignorante. En suma, desconfiar de sí mismo como de un enemigo domestico cuyas asechanzas son dignas de ser temidas.

 

XLIX

i. Cuando alguno se alaba de que comprende y puede explicar los libros de Crísipo, dirás para ti: “Si Crísipo no hubiera escrito oscuramente, no tendría nada de que gloriarse.” Además, no es esto lo que busco; mi designio es estudiar la naturaleza y seguirla. Cuando oigo, pues, que el interpretado es Crísipo, le leo, y si no le entiendo busco alguno que me lo pueda explicar. Hasta aquí no he hecho aún nada de excelente ni loable, porque cuando haya hallado quien me explique este filósofo me faltara aún lo principal, que es poner por obra sus preceptos; porque si me quedo simplemente admirando la explicación de Crísipo, de filósofo que era me vuelvo gramático. Toda la diferencia que hay es que, en lugar de Homero, explico a Crísipo. De aquí procede que me avergüence más el no poder hacer acciones conformes a sus preceptos que el no entenderle.

 

L

i. Observa lo que te he dicho como leyes inviolables que no sabrías quebrantar sin ofender la piedad, y no se te dé nada de todo lo que se pueda decir, puesto que esto no está en tu mano ni depende de ti.

 

LI

i. ¿Hasta cuándo dilatas el aplicarte a estas cosas y a poner en práctica estas excelentes instrucciones? ¿Cuándo cesaras de violar las leyes de la verdadera razón? Ya has sabido los preceptos que debes abrazar, supongo que ya los abrazaste, pero dame alguna señal. ¿Qué maestro aguardas aún para cuya venida retardas tu enmienda? Advierte que ya no eres mozo y que estás en edad de hombre maduro. Si desprecias estos preceptos y no haces de ellos reglas para tus costumbres, te olvidaras de día en día y añadirás término a término y resolución a resolución, y así se te pasará la vida sin que hayas hecho algún progreso en el estudio de la virtud. En fin, vivirás y morirás como el hombre más bajo del pueblo.

ii.. Ahora, pues, abraza la vida de un hombre que se perfecciona y que aprovecha. Atiende como a ley inviolable a todo lo que te parece lo mejor. Si se te presenta alguna cosa penosa o agradable, gloriosa o infame, acuérdate que es tiempo de combatir, que es menester entrar en la liza, que los Juegos Olímpicos han llegado y que ya no es tiempo de volver atrás. Mira qué importa tu establecimiento al perder o ganar la victoria.

iii. Por este medio llego Sócrates a la gran sabiduría que se ha visto, presentándose a todos sucesos y no escuchando otro consejo que el de la razón. Para ti, que no eres Sócrates, te bastaría vivir como hombre que quiere llegar a ser tan sabio como él.

 

LII

i. La primera y la más necesaria parte de la filosofía es la que trata del uso de los preceptos; por ejemplo, “no mentir”. La segunda es la que trata de las demostraciones; por ejemplo, “la razón por que no se ha de mentir”. Y la tercera es la que confirma y examina las otras dos partes; por ejemplo, dice “por que la tal cosa es demostración y también enseña lo que es demostración, consecuencia, disputa, verdad, falsedad y todo lo demás”.

ii. La tercera parte sirve para la segunda y la segunda parte la primera. Pero la primera es la más necesaria de todas y es aquella a la que nos debemos aplicar más particularmente. No obstante, obramos todo al contrario. Nos detenemos solamente en la tercera parte y en ella empleamos todo nuestro estudio y nuestro tiempo y nos olvidamos enteramente de la primera. Así no dejamos de saber probar que no se debe mentir, y con todo eso no dejamos de mentir todos los días y a todas horas.

 

LIII

i. Al principio de todas tus empresas ten siempre en la boca estas palabras: “Condúceme, oh Zeus, y tú, Destino, a donde esté ordenado por vosotros que yo vaya. Os seguiré gustoso. Y si no quisiere, por ser malo, aun así os seguiré de igual modo.”

ii. También dirás algunas veces estas otras: “El que sabe ceder a la necesidad, no caduca en el secreto de la Divinidad.”

iii. Mas acuérdate, sobre todo, de aquellas hermosas palabras que dijo Sócrates, estando en la cárcel, a su amigo Critón: “Amigo querido; si los dioses amenazan mi vida con las funestas señales de una horrible tempestad y si han resuelto la sentencia de mi muerte, mi espíritu se somete sin resistir. No pretendo, no, prolongar mis años. Mis dos fieros enemigos, Anito y Melito, son dueños de mi vida y me la pueden quitar. Mi cuerpo, flaco y mortal, les obedece; pero mi espíritu, ¡oh Critón!, está libre de su poder y, aunque su vano furor se vuelve contra mí, no me podrán privar de mi fe ni de mi virtud.”

 

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(c) Psicantropía, 2005-2013